viernes, 28 de marzo de 2014

Carta a una desconocida.



Tengo la costumbre de apenas hablar,siempre me lo suelen decir. Es más, creo que apenas nadie conoce más allá de este rostro serio, sentado, con mirada perdida a la que a muchos les transmite indiferencia.
La verdad es que no tengo la necesidad de comunicarme. Muchas tardes de mi vida las empleo sola, pensarán que soy solitaria, pero yo no lo considero así. Me llena ver como las personas hacen su vida,como pasan y se van. Verles y no hablar.

Todo comenzó en una de esas tardes libres en la que empleo mi tiempo en estar sentada en un banco del parque, simulando que espero a alguien.Tenia la sensación de que ya conocía la vida de las personas que siempre, a la misma hora y con la misma dirección, pasaban frente a mi banco. Conocía al empresario que venía de comprar el periódico, a la madre coraje que recogía después de trabajar a sus hijos, a la viejecita tan solitaria como yo, que se sentaba en el banco de al lado como si estuviera esperando a su día especial, al vagabundo que siempre rogaba dinero... me gustaban sus vidas. No es que me guste pasar desapercibida, pero lo que más me atraía de ellos es que no esperaban que abriese la boca para nada.

Pero esa tarde, hubo algo fuero de la cotidianidad de mis días. Esa rutina que me entretenía aquellas tardes, se empezó a romper cuando la vi pasar. Todas esas vidas lineales que pasaban de largo, dejaron de llenarme la mente, por culpa de esa mirada tímida que parecía que no miraba a los arboles por miedo a que le preguntasen. Agarraba su cuaderno como un niño a su madre el primer día del colegio. Me hipnotizo tanto su forma de pasar ante mí, que lo que para ella duro dos segundos, para mi fueron horas en ese banco. Ella tenía pinta de ser la persona más sencilla del mundo, pero la que compondrá cualquier corazón.

Es curioso, porque desde entonces, cada vez que estoy en mi banco, tengo ganas de hablarle. Yo, aquella chica muda, se volvería la persona mas parlante del mundo durante esos dos segundo que pasaba frente a mí, para decirle todo lo que le llevo contando en este cuaderno.


Porque aún no has venido, 
pero ya te conozco.
Te deje mi mirada perdida,
mis pocas ganas de hablar
y la indiferencia ante mí,
como si tu fueses mi reflejo en otra persona,
y yo una copia más de todos aquellos
que se mueren por derrocharte palabras.
Y entonces, supe que me había enamorado de tu silencio.




                                                                                                                                                         Sheila




miércoles, 19 de marzo de 2014

Arrugas en el corazón.



Supongo que si te digo que me siento mayor a tu lado,
querrás saber por qué.
Seguro que sería un buen ejemplo
en un libro de autoayuda.

Es tan sencillo como que te veo a mi lado joven,
te miro y cuando sonríes,
suena a ilusión por un juguete.
Te retuerces en las sabanas pidiendo ayuda
como un niño a su madre
llegas a ser tan tierna en ese momento,
que se me para el corazón como a un anciano
en la hora de su muerte.

Sufro alzhéimer cuando escucho a ese ángel,
que apoyado en mi hombro,
me previene sobre el camino donde ando vagando,
pero me apoyo en mi otro hombro para avanzar,
para que me empuje ese diablo,
que me recuerda el ahora.

Estoy vieja, anciana,
tengo arrugas en la cara de sonreír.
Es tan sencillo el saber por qué me siento así,
porque según como vaya pasando el tiempo,
tu crecerás como una flor en primavera,
vivirás, huiras de todo esto,
evolucionarás,
seras infiel a tus viejas costumbres,
y a mí....

Y el corazón se me parara
en el momento exacto en el que lo hagas.
Mi corazón estará viejo de recordarte,
como están otros,
por imaginarse el tuyo joven,
intransigente al tiempo.





                                                                                                                                             Sheila.