No me olvide de esa ausencia
constante. Sigue aquí. Aunque no voy a engañarte de que aquella noche revivió
aquel sentimiento vago, encharcándome las paredes del estómago con agua helada de
una forma más bien bestia. Como cuando algo te impacta y el gesto de tu cara
cambia. Como cuando abres la puerta y es tu deseo. Como cuando tragas saliva y
los brazos parece que se te paralizan y te vuelves un ser débil e inservible
entre tanto movimiento a tu alrededor.
Y me volví sorda, deje de
escuchar a la que tenía al lado, parecía que en esa reunión de alcohol y gente,
todos se habían puesto de acuerdo por un momento en retirarse a la vez de lo
que mis ojos alcanzaban a ver, mostrándote al final de ese pasillo tan insignificativo
para los demás.
Y ahí estabas.
Ahí estaba yo; y las palabras que
me hablaban desde otra boca volaban enredándose en mi pelo, olvidándose de
llegar a mi oído. Asentir a esas palabras fue un mecanismo de repetición del
cual no me hacía cargo yo, sino el verte allí al fondo, y note de repente
desaparecer.
Créeme, que desaparecí. Desaparecí
justo cuando tu visión y la mia impactaron en aquel espacio tan vacío de
intereses tontos e inútiles comparados con el mio. Deje de existir entre la
multitud y el ruido cuando, mirando ese impacto, mis manos se desintegraban en minúsculas
partículas que se volvían en milésimas de segundo invisibles. Y eso fui, partículas
invisibles. Mis pies se separaron poco a poco del suelo con delicadeza y nadie
a mi alrededor se dio cuenta, ni siquiera tus penetrantes ojos.
Y alguien soplo.
Y en forma de ácaro me convertí,
colándome en las costuras de tu
ropa.
Y desde entonces, nadie sabe que
ha sido de mi,
y de verdad,
que pena que no
sepas que desde aquella noche,
llevas siempre encima un trozo de
algo que existió antes de verte,
aunque verdaderamente no exista,
ser ausente.
Sheila.