lunes, 27 de octubre de 2014

Carta a una desconocida III






No me olvide de esa ausencia constante. Sigue aquí. Aunque no voy a engañarte de que aquella noche revivió aquel sentimiento vago, encharcándome las paredes del estómago con agua helada de una forma más bien bestia. Como cuando algo te impacta y el gesto de tu cara cambia. Como cuando abres la puerta y es tu deseo. Como cuando tragas saliva y los brazos parece que se te paralizan y te vuelves un ser débil e inservible entre tanto movimiento a tu alrededor. 

Y me volví sorda, deje de escuchar a la que tenía al lado, parecía que en esa reunión de alcohol y gente, todos se habían puesto de acuerdo por un momento en retirarse a la vez de lo que mis ojos alcanzaban a ver, mostrándote al final de ese pasillo tan insignificativo para los demás. 

Y ahí estabas.
Ahí estaba yo; y las palabras que me hablaban desde otra boca volaban enredándose en mi pelo, olvidándose de llegar a mi oído. Asentir a esas palabras fue un mecanismo de repetición del cual no me hacía cargo yo, sino el verte allí al fondo, y note de repente desaparecer. 

Créeme, que desaparecí. Desaparecí justo cuando tu visión y la mia impactaron en aquel espacio tan vacío de intereses tontos e inútiles comparados con el mio. Deje de existir entre la multitud y el ruido cuando, mirando ese impacto, mis manos se desintegraban en minúsculas partículas que se volvían en milésimas de segundo invisibles. Y eso fui, partículas invisibles. Mis pies se separaron poco a poco del suelo con delicadeza y nadie a mi alrededor se dio cuenta, ni siquiera tus penetrantes ojos.

Y alguien soplo.
Y en forma de ácaro me convertí,
colándome en las costuras de tu ropa.
Y desde entonces, nadie sabe que ha sido de mi,
y de verdad,
que pena que no sepas que desde aquella noche,
llevas siempre encima un trozo de algo que existió antes de verte,
aunque verdaderamente no exista,
ser ausente.


Sheila.

domingo, 12 de octubre de 2014

Por si se apagan las luces de esta función.


 "Sin la muerte, la vida seria una tragedia."
 



Miro el cielo y puedo decirte como he visto pasar aviones, cometas atados a la ilusión de apenas cinco años de edad e incluso he visto cuerpos dormidos ascendiendo porque llegaron con aquellas arrugas de la vivencia a su fin o cuerpos que pensaban que quizás su paz no estaba aquí abajo sobre la tierra y adelantaron su viaje. Y pasa que huyen y no vuelven, se van con aquellas horas que vemos correr en este mismo instante en nuestro minutero.

Se van. 

No tocaran mas nuestras lágrimas con el pañuelo de la resinación del por qué a ti siendo tantos en este mundo, y se olvidan de aquel rato en el sofá después de comer, ni te repetirán aquellas palabras tan insignificantes que después son tan estremecedoras, no estarán más a tu lado, por muy crudo o real que te parezca. No te harán reír para que expulses esa vida que ellos o ellas han dejado de tener, no te arroparan, no te tocaran la mano cuando cambias las marchas del coche, no te sacaran a bailar al salón un domingo por la mañana en pijama y lo más triste, es que después sabrás que no echaste de menos tanto aquellas arrugas o aquellas manías, hasta que les dices adiós, ese siempre.

Por eso permíteme que me abstenga de momento de decirte adiós hasta el día que tu mano me lleve hacia aquel frio escalofriante de esa mujer eterna, y dime hasta pronto o hasta luego. Porque no entendemos, ignorantes, la importancia de decir un solo adiós en esta vida. Ese adiós que es para siempre, porque es eterno.

Mientras tanto vida, quítame este nudo del estomago y déjame disfrutar de las personas perecederas que me das, déjame decir en el bar que nos echamos la penúltima, dejame equivocarme y rectificar, oblígame a pensarme las cosas una vez por que hay tantas cosas que debemos hacer una vez en la vida, tantos disfraces que ponernos, tantos cambios de visión, tantos errores quedan por probar... que aun así, te querré igual sabiendo que me abandorás cualquier día.
Porque vida solo hay una, y por eso, te quiero.



Sheila.