Aún recuerdo las palabras de mi
madre, cuando de pequeña, me obligó a ir sola a aquella tienda de barrio. Aquel
mostrador enorme, tenía unos centímetros más por encima de mi frente, aunque a
veces, disimuladamente, me daba el lujo de descubrir un poco más de aquella
tienda dejando la punta de mis zapatos clavada en aquellas baldosas antiguas.
Aquel primer recado, me hizo
sentir que me hacía mayor, a pesar de que usara una 28 de pantalón y mi madre
me espiase por la ventana. Antes de cerrar la puerta, ella pronunció unas
palabras que repetí por el camino: “Llegaras lejos, siempre que vayas de la
mano de esta educación que estamos forjando, y tú serás el fruto de la mía.”
Siempre supe que yo no me parecía a aquellas personas que iban a comprar
aquella tienda, y creo, que aquel tendero, se daba cuenta. Mientras las demás
personas observaban las nuevas ofertas o hablaban de rumores de barrio, yo solo
pensaba en como dirigirme a aquel hombre mayor. Siempre me costó parecerme al
resto y actuar con el desparpajo que lo hacían los demás, por lo que al llegar
a casa, me sentía a salvo de aquel mundo que parecía no encajar con el mío.
Mi yo menor guiado por exigencias
forasteras que no conocen adentros, por miedos y manías. Mi yo menor jugando a
seguir la corriente, porque cuesta seguir contra marea. Mi yo menor
(sobre)viviendo, en un mundo mayor ,que se escurre entre mis manos.
Y llegará el
anochecer,
como cada día,
y mientras el mundo
duerme,
cuando nadie me ve,
podré acariciarte,
de la forma tan natural
como recién llegada a la vida,
y sin permisos, ni
educación…
podré decir que
estaré amando a mi yo menor,
en este cuerpo
mayor.