Me declaro culpable de esta insensibilidad
que se metió en mis adentros como una bocanada de aire que acoges en tu
aliento. Me declaro culpable de dejarme llevar atada a las riendas de algo
inexistente, pero que azota fuerte, que nos condiciona, que nos atrapa, que nos
mata lentamente.
No pretendas engañarme,
no puedes volar siguiendo aprobaciones,
no puedes considerarte libre con condiciones y no me vengas con la historia de
tu independiente vida, si vives pendiente de los demás. Que rabia, saberme
culpable de participar en esta mentira, que injusto vivir por y para los que están
lejos y olvidarnos de los que tenemos cerca, que triste aquellos que vienen hoy
a la vida y no puedan sentir lo que éramos antes de toda esta maquinaria barata
en la que nos estamos convirtiendo.
Que precioso seria vernos sin
este triste maquillaje que nos disfraza ante la sociedad moderna, que
interesante seria escuchar unos argumentos fuera de 140 caracteres, que bonito
seria fotografiarnos con los ojos y guardarnos en el recuerdo. Que tranquilo se
quedaría el mundo si todos nos respetásemos y no impusiésemos una forma de vida
sobre otra, pero… ¿qué vida? ¿acaso vives la tuya?.
Nos gusta lo incongruente,
vivimos inconformistas a todo, pero seguimos el patrón general que por regla
universal nos han impuesto vivir. Que te exijan ser algo en esta vida es obligación,
sin embargo, que te idealicen el cómo, es el primer beso de despedida frente al
espejo. Y así nos encontramos, compitiendo para ser los mejores, riéndonos de
las diferencias, sintiendo arreglar el mundo sin ni siquiera preguntar si quieren
cambiar y viviendo como si nuestra vida y la de los demás fuese nuestra.
Sheila.