sábado, 22 de agosto de 2015

Nunca acabar.


Vuelven como cada noche.

Viajan desde el interior,
vuelan dentro de la cúpula de cristal
con vistas a la vida.
A mi vida.

Un mirador único
donde se reunen y revolotean
sin ningún remordimiento,
pensamiento tras pensamiento,
persiguiéndose y llenando de calor mi cabeza.

Llenan de calor mi cabeza,
y sin embargo,
vuelven a mis noches frías.
Huyen unos de otros,
pero es imposible escapar de uno mismo
y me llevan hacia la angustia
al mismo tiempo que veo el amanecer por mi ventana.

Entonces,
el día se asoma,
los demás despiertan,
y me regalan una sprint final
donde me evaporan los cristales de mi retina,
condensando mis miedos más profundos al exterior,
precipitando las lágrimas al vacío.

Vacío,
como parecía aquel cuarto,
cuando la observe encima de la cama con últimos suspiros de vida.
Pero como un cuento,
 un rayo de sol penetró en todo su ser,
y desde la cama,
me vi desaparecer de aquella esquina de la habitación
y supe,
que era el cuento de todas mis noches:
el de nunca acabar.



Sheila.